lunes, 26 de noviembre de 2012
domingo, 25 de noviembre de 2012
sábado, 24 de noviembre de 2012
Desarrollo De La Personalidad
El primer año del niño.
La personalidad del bebé se va configurando a partir de los factores afectivos y motrices mediante la función simbólica que se instaura con el lenguaje.
La maduración neurológica y el desarrollo de la motricidad van modificando paso a paso las relaciones del bebé con el entorno.
La personalidad no es una dotación que existe en el lactante desde el nacimiento, sino una construcción que se va configurando por la suma del desarrollo afectivo, psicomotor y del lenguaje.
Durante los primeros meses, el bebé no es capaz de diferenciarse de los demás, ni siquiera de pensar en sí mismo como “YO “.
La experiencia fundamental de la constitución del yo en la mente del bebé tiene lugar durante el periodo comprendido entre los seis y los doce meses de edad. Ha sido descrita y teorizada con gran precisión por Jaques Lacan, con el nombre de fase del espejo.
La mente del bebé identifica, en la imagen que el espejo le devuelve, la figura de YO. Por primera vez, en esa experiencia visual el niño se reconoce a sí mismo distinto, independiente del cuerpo de su madre y uno; es decir, no una serie de imágenes fragmentadas de sí mismo (manos, cuerpo etc), sino como un todo. El niño contempla su imagen en el espejo bajo la mirada del adulto, y ante la presencia de otro la identifica por primera vez. Posteriormente gracias al lenguaje, podrá referirse a esta imagen, en la que se reconoce, como YO.
Si la unidad de su cuerpo es un hecho físico incontrovertible, no lo es tanto la identificación de su YO como representante exclusivo de todo su mundo mental.
La experiencia psicoanalítica ha mostrado de que modo tanto la función del YO como lo que queda fuera de la conciencia no pueden ser incluidos en el YO. De ahí el carácter de ilusión que el YO cumple en sus relaciones con el individuo.
El YO, no deja de ser una construcción ilusoria. Sin embargo, sirve para que el niño pueda identificarse de los otros y de todo lo exterior a sí.
La socialización surge de la individuación preliminar y se amplía con las habilidades motrices, las experiencias sensoriales y la memoria.
Cuando ha descubierto que las personas y las cosas no son YO, gracias al reconocimiento de sí mismo que realiza el bebé entre los seis y dieciocho meses, inicia realmente su vida social, su relación con otros.
El acceso al orden simbólico, al que el niño accede a través del lenguaje, constituye el último factor que interviene en la estructuración de su personalidad.
Las relaciones del niño con los objetos no son inicialmente simbólicas, sino mantenidas dentro de una realidad que para él se limita a la presencia o ausencia de las cosas.
El mundo del bebé es de carácter mágico o ilusorio, pero esta situación o engaño le ayudarán a ir estructurando la realidad.
Cuando las palabras permiten al bebé acceder al orden simbólico, la madre desaparece como objeto real y se incorpora a un significante: madre. El niño en su ausencia, podrá evocarla y nombrarla a partir de entonces.
El niño de un año.
Los vertiginosos cambios que se han operado en el bebé durante el segundo semestre de su vida son apreciables a simple vista.
El desarrollo del bebé en el curso del segundo semestre de vida le ha permitido dejar de serlo para convertirse en un niño. Alguien que tiene conciencia de sí mismo y de los demás como unidades independientes, y cuyo universo mental progresa a un ritmo mucho más frenético de lo que cualquier observador, a quien no sorprende que el niño haga precisamente lo que de él se espera, pueda llegar a imaginar.
Una condición totalmente necesaria para que el niño, entre los doce y los veinticuatro meses, estructure de nuevo sus relaciones con el mundo es un correcto desarrollo de las capacidades motrices. Todo retraso o disfunción que se presente en este aspecto debe ser inmediatamente solventado, so pena de que el problema afecte también el desarrollo general. En particular, el impedir el proceso de separación de la madre y la adquisición con este de su independencia.
La mayor tolerancia del niño a las frustraciones revela los progresos que se van verificando en su personalidad. Hacia el final del segundo año, ha de poder adaptarse a algunas normas y hábitos que presiden las costumbres de los mayores.
El juego y el lenguaje, relacionados con la función simbólica, otorgan al niño capacidad para intervenir activamente sobre los objetos y las situaciones.
Entre el año y medio y los dos años el niño conquista por primera vez una cierta capacidad de decisión y la posibilidad de intervenir sobre las personas que le rodean.
El niño de dos años.
A los dos años el niño se encuentra plenamente inmerso en la fase anal de su desarrollo. Las relaciones con las cosas y las personas han variado sustancialmente, y durante este período va a aprender y consolidar su manera de relacionarse con los objetos.
Las relaciones del niño con las personas y los objetos, antes basadas fundamentalmente en los intercambios sensoriales, van a trasladarse a partir de ahora al mundo simbólico que el lenguaje ha hecho posible.
Cuando el niño inicia el control de los esfínteres (entre los 18 y 24 meses aproximadamente) es preferible dejarle que descubra por sí mismo la necesidad de regular las funciones excretoras que, ante la imposición de los padres, las utilice como un elemento de autoafirmación.
Al abandonar el interés por las funciones excrementicidas, el pequeño dirige su atención a los objetos del entorno. Las relaciones con los adultos en estos momentos deben estar mediatizadas de preferencia por el lenguaje.
El niño de tres y cuatro años.
Antes de los tres años, el niño no se reconoce como ser sexuado, varón o hembra. Su estatuto personal, es decir, la muy primitiva reflexión que puede realizar sobre las razones de su existencia, le coloca en un lugar de dependencia absoluta de la voluntad de sus padres: el existe por y para ellos.
A la edad de tres o cuatro años el descubrimiento de ser varón o hembra y pertenecer de manera irrevocable a uno de los dos sexos que componen únicamente la especie humana, precipita en el pequeño una nueva visión de las cosas. No existe ya un mundo formado por adultos (papás y mamás) y niños, sino otro, bien distinto, de mujeres y hombres. Le será ahora facilísimo comprender que el es pequeño de momento, pero que va a crecer y convertirse también en mayor, fuerte y varón, o bien en mayor, bella y mujer.
El niño pequeño simplemente, imitaba a los adultos. El niño “sexuado”, en cambio, se está forjando un nuevo lugar en el mundo. El niño que ha descubierto ser varón o mujer se aplica concienzudamente a imitar las actitudes y conductas del propio sexo.
Entre los tres y los seis años la situación edípica se erige como nudo decisivo de la organización de la personalidad infantil.
Durante la permanecía en el Edipo el niño o la niña están en disposición de recibir e interiorizar las normas y las leyes de la convivencia social, gracias a la entrada de la autoridad (el padre o los educadores) y la idea de castigo que lleva aparejada la de transgresión.
Coincidiendo con los momentos capitales para la evolución de la personalidad, que está viviendo el niño entre los tres y los cuatro años, a través de su integración preescolar tiene ocasión de conocer también las primeras experiencias socializadoras.
La separación momentánea de las figuras parentales que componen la situación triangular edípica y la confrontación con niños y niñas de su edad, suelen provocar pequeñas crisis. Surgen la rivalidad y la competencia entre los iguales, ya reconocidos como rivales pertenecientes al mismo sexo; también las tensiones y conflictos de índole psicosexual originan los primeros e inofensivos juegos de exhibicionismo y voyeurismo, las primeras comprobaciones en los demás de la conformación genital, etc.
La experiencia social es para el niño muy enriquecedora. Ofrece nuevas oportunidades de solucionar conflictos psíquicos inconscientes mediante juegos colectivos o la proyección hacia otros adultos, al tiempo que lo motiva a establecer relaciones de amistad con otros niños, ajenos a la familia.
El niño de cinco y seis años.
A medida que el niño va creciendo, los padres deben ayudarle a adoptar unos comportamientos más independientes y autónomos en determinadas actividades.
A partir de que el niño haya cumplido cinco años se empezará a exigirle una cierta autonomía en determinadas actividades, como vestirse o atenderse en el baño.
Cuando el niño ha descubierto que el mundo se compone de varones y mujeres, inicia acto seguido un proceso de identificación con el que pretende asimilarse al progenitor del mismo sexo.
Iniciado anteriormente, en estos momentos se acentúa tanto en el niño como en la niña el proceso de identificación con los intereses, aficiones y conductas que corresponden al modelo masculino o femenino respectivamente.
El grado en que el niño y la niña llevan a cabo la identificación depende del cuidado que el adulto les proporciona, del afecto que reciben d él y también del poder que le atribuyen.
Las presiones sociales impuestas por los modelos culturales en vigor influyen decisivamente en la tipificación sexual de los niños.
En el proceso de identificación con los adultos, el niño asume las normas y valores morales que estos representan, llegando a veces al extremo de autocastigarse si se considera responsable de un comportamiento con el que cree haber violado una regla.
La imitación de un modelo es uno de los mecanismos que ayudan al niño a asumir las normas morales. Otro, es el temor al castigo o a la pérdida de sus progenitores. Las primeras normas que el niño puede asumir son las prohibiciones.
A través de la escuela el niño se incorpora a un grupo social que se rige por patrones distintos a los que imperan en el marco familiar. La relación con el maestro es tan nueva para el niño como prometedora.
El maestro ejerce en la escuela una autoridad social, distinta de la que ostentan los padres en la casa, pero no totalmente ajena. Ante los niños aparece como la persona que les estimula y ayuda a desarrollar sus potencialidades, mantiene el orden en la clase y hace posible el funcionamiento del grupo.
El niño de siete y ocho años.
El niño va desarrollando paulatinamente actividades más complejas cada vez y enriqueciendo su personalidad con nuevos aspectos y matices.
A través de la interacción con el entorno, y asimilando las impresiones que le producen lo que ve, lo que oye y lo que siente, el niño de 7 / 8 años está en trance de elaborar el sentido que tiene de sí mismo. Es decir, se está definiendo como un ser individual y distinto entre los demás, adquiriendo una personalidad propia que pone a prueba contra el mundo. Tiene una creciente percepción, en efecto, de estar inmerso en la convivencia con otras personas. Con ello toma clara conciencia de su posición en el medio social, tanto en la escuela, entre los alumnos y el grupo más reducido de compañeros, como el grupo familiar.
No en vano escucha atentamente las conversaciones de los adultos y observa sus expresiones, pues está buscando sugestiones e indicadores que puedan orientarle dentro de este marco socializado que ahora está descubriendo.
En muchos niños la conciencia del propio YO se encuentra estrechamente relacionada con su aspecto físico, del cual son ya plenamente conscientes en los momentos actuales. Las niñas en particular, son especialmente sensibles a la forma en que van peinadas, y hasta es probable que teman perder su identidad si, por ejemplo se le cortan las trenzas.
Los rasgos propios, que les hacen diferir de los demás niños, también alcanzan ahora, en torno a los siete años, un importante carácter en este proceso estructurante de la personalidad. Es justamente en esta etapa cuando el niño empieza a ser consciente por primera vez de que lleva gafas, o es zurdo, o muy alto, o algo torpe, etc.
La conciencia de la propia individualidad introduce en la persona la preocupación por la opinión de los demás. Los elogios serán también recibidos, a partir de entonces, como temidas las burlas y las críticas.
En estos momentos, las relaciones del niño con su familia son determinantes en la estructuración de su personalidad. Los comportamientos que el niño y la niña exhiben en este periodo guardan estrecha relación con las actitudes que observan en sus padres y hermanos.
Muchos comportamientos infantiles, sin ser ajenos a la influencia del ejemplo social, se moldean sobre todo en función de ciertas actitudes que los padres adoptan ante el hijo como por ejemplo:
- La conducta dependiente ante los padres parece estar relacionada con actitudes tales como la sobre-protección la excesiva exigencia de progresos, escolares y en el desarrollo general, y la imposición de normas demasiado estrictas.
- La independencia, en cambio, suele darse cuando existe en los adultos una actitud más permisiva y al mismo tiempo también más afectuosa.
- La pasividad o resignación ante las frustraciones se relaciona casi siempre con una educación protectora y opresiva.
- La agresividad suele ser el resultado de las actuaciones de unos padres hostiles – permisivos.
- El deseo de acción y de realización en el propio niño, en sus juegos y en las tareas de tipo intelectual, tanto puede observarse en correlación con actitudes parentales hostiles – exigentes como con otros planteamientos más libres y afectuosos.
- La timidez y la torpeza en las relaciones sociales suelen ir ligadas a la sobre-protección y a las actitudes que reprimen la autonomía.
- Los comportamientos femeniles en ambos sexos son, casi siempre, el resultado de la sobre-protección materna.
Inmersos en la dinámica relacional que impera entre los hermanos, los niños tienen ocasión de aprender las normas que regulan el comportamiento social.
La escuela va siendo año a año más exigente con el escolar, que en respuesta se sentirá estimulado o inhibido según la actitud que pueda ver en sus padres y maestros.
El interés de los padres por los progresos escolares de sus hijos, así como el clima cultural que se respira en la familia, inciden muy directamente en el rendimiento escolar de los niños.
El niño de nueve y diez años.
Desde el punto de vista de la estructuración de la personalidad, puede hablarse a los diez años de una etapa clave que marca la transición, de la infancia a la adolescencia.
En los años que van a poner fin al periodo de la infancia los niños han llegado a conseguir una buena relación con el entorno, que aceptan tal y como es. La mayoría se sienten identificados y contentos con su hogar, sus padres y sus hermanos.
Al ampliarse el marco de las relaciones sociales aumentan los patrones con los que el niño puede identificarse para asimilar las características comportamentales que corresponden a su sexo.
El niño y la niña eligen en función, principalmente de su propia personalidad los personajes que tomarán como modelo a imitar. Sin embargo, acaban rechazando los modelos que están muy alejados de sus posibilidades reales.
Las primeras normas que un niño puede asimilar están relacionadas exclusivamente con las prohibiciones: la conciencia de lo que no se puede / debe hacer.
En un determinado momento, los niños pasan de una realismo moral a un relativismo moral: esta evolución tiene lugar cuando, habiendo creído al principio que las reglas y las normas están ahí sin más, y son irrevocables, descubren más tarde que han sido creadas por los mismos individuos.
El desarrollo mental del individuo es imprescindible pero no suficiente para la maduración de la conciencia, proceso en el que la relación afectiva con los padres se revela también determinante.
Las niñas son más precoces que los niños en todos los sentidos. A los 9 / 10 años están mucho más cerca que éstos de la adolescencia.
El niño de once y doce años. ( la pre-adolescencia ).
El niño de once años, en un esfuerzo encaminado a la formación de su personalidad, suele adoptar actitudes propias de una persona mayor. Dentro del proceso evolutivo que está viviendo, se descubre de pronto en el umbral de la adolescencia y dando la espalda ya a la niñez.
La principal preocupación del niño es en estos momentos asimilar cuanto antes el mundo de los adultos, con los que se siente identificado a través de sus padres.
Los cambios bruscos de humor, así como una cierta precariedad en el estado general de salud, son los rasgos que mejor pueden caracterizar al pre-adolescente de once – doce años. Aunque a menudo el mal humor y los enfados coinciden sintomática mente con problemas de tipo escolar o doméstico, pueden aparecer también sin necesidad de que exista una causa desencadenante.
Jugar es la ocupación que prefieren los niños a los diez años. A los once, en cambio, suelen conceder más importancia a los amigos que al juego en sí. A esa edad son frecuentes los grandes enfados entre compañeros, seguidos de no menos grandes reconciliaciones.
No podía ser de otra forma, en una etapa que se caracteriza por los bruscos cambios de humor.
A esta edad, el niño adopta una actitud crítica ante los padres, a los que empieza a reconocer con sus cualidades y sus defectos. Sin embargo sus sentimientos hacia ellos son de máxima lealtad. Se siente identificado con el grupo familiar y al lado de los progenitores suele buscar todavía compañía y protección.
A partir de los once años aparece en ambos sexos un cierto interés por iniciar un mutuo acercamiento, fruto de los primeros cambios puberales que han de desembocar en la definitiva maduración sexual de los individuos.
La entrada en la pubertad influye en la visión que cada sexo se ha ido forjando del opuesto en los años inmediatamente anteriores, y favorece una primera necesidad de acercamiento.
Los enamoramientos prematuros suelen ser excepcionales a estas edades y siempre superficiales y pasajeros.
El púber, al aproximarse a la adolescencia, siente la necesidad de adoptar nuevas formas de relación con el entorno. Ante todo, advierte que necesita definir urgentemente su propia identidad, aprender a pensar y a actuar por sí solo. Durante este proceso de afirmación personal, los conflictos con los adultos serán continuos e inevitables.
El niño de trece y catorce años.
La verdadera conducta adolescente empieza a manifestarse realmente a partir de los trece – catorce años. Desde ese momento y hasta el establecimiento de la edad adulta, que tiene lugar entre los 18 y 20 años aproximadamente, los jóvenes van a debatirse entre dos mundos difícilmente conciliables: el mundo infantil y el mundo de los adultos.
Los adolescentes se sienten desconcertados ante su inminente incorporación al mundo de los adultos. Muchos acontecimientos tienen lugar por primera vez en sus vidas y no todos pueden ser asimilados de inmediato.
El aislamiento es, en muchos momentos, una necesidad vital para el adolescente, que necesita analizar críticamente sus pensamientos y sus emociones.
Los primeros conflictos que vive el adolescente con sus familiares afectan a aspectos superficiales de la cotidianidad la forma de vestir y de pensar de los padres, sus rutinas, sus costumbres, el cuidado de la ropa y la habitación etc.
La palabra personalidad encierra un significado casi mágico para el adolescente, que cada vez tendrá más en cuenta la opinión que de él puedan formarse los demás.
Las diferencias que distinguen a un individuo de otro son más profundas ahora que en los años de la niñez. Conscientes de esto, los adolescentes hacen gala de una gran habilidad para captar e imitar las expresiones de los demás.
El adolescente de 15 y 16 años.
Ante las grandes transformaciones psicológicas y fisiológicas, es inevitable asociar la adolescencia a la idea de crisis. El adolescente debe dejar definitivamente atrás la etapa infantil, que ha atravesado con relativa comodidad y cierta seguridad, para enfrentarse al mundo de los adultos.
Recién salidos de la niñez, los jóvenes han de actualizar la relación existente con sus progenitores, modificar sus relaciones con los demás, con el otro sexo en particular, poner a prueba los valores impuestos por padres y maestros en el terreno ideológico y cultural, y por último, afrontar la evidencia de una no lejana elección profesional.
A medida que va avanzando en edad, el niño es más consciente de su propia manera de ser y de aquellos aspectos puntuales en los que se asemeja a los demás o se diferencia de ellos. Al llegar a la adolescencia, sin embargo, este YO infantil ha dejado de tener sentido, y debe iniciar la búsqueda de oro YO adulto que pueda responder mejor a la nueva situación.
Los jóvenes consumen gran parte de sus energías buscando una identidad adulta. En la adopción de determinadas indumentarias o en la adhesión a ciertas modas y formas culturales hay que ver, precisamente, los primeros tanteos encaminados a definir la propia personalidad.
El grupo se convierte ahora, para los jóvenes de ambos sexos, en una marco de referencia insustituible, un banco de pruebas en el que experimentan las primeras conductas adultas.
El niño ha descubierto en el grupo de amigos a sus iguales, a quienes comparten interese y vivencias comunes. El adolescente ve en el, además, la posibilidad de moldear su propia identidad fuera del influjo familiar.
La adhesión del adolescente a su grupo es tan incondicional que da lugar a menudo a un fenómeno de sobre identificación, en virtud del cual todos sus miembros se identifican colectiva mente con cada uno de ellos y viceversa. Esta particularidad está motivada y acentuada por la necesidad de sentar las diferencias entre el mundo juvenil y el de los adultos.
La definición del deseo sexual que viven los jóvenes durante la adolescencia, y que les empuja a desprenderse en parte de las ataduras afectivas establecidas con los progenitores para proyectar las en un sentido distinto, así como la misma necesidad de independencia que en esos momentos se les plantea, contribuyen a desencadenar un proceso emancipativo que les ayudará a superar los últimos lastres de la infancia. En relación con su mundo interior, el adolescente debe asumir tres pérdidas fundamentales: con el cuerpo infantil perdido, con el papel y la identidad infantiles y con los padres de la infancia. Estas pérdidas y las transformaciones correspondientes son inevitables para que pueda aceptarse en su nueva situación y modelar una definitiva identidad. La independencia es, para los adolescentes, algo que deben conquistar para poder incorporarse al mundo de los adultos y alejarse definitivamente de la etapa infantil. Aparece con fuerza singular en sus vidas ante las presiones sociales, por un lado, y a consecuencia, por otro, de la identificación con la independencia que descubren en las conductas de los mayores.
Elementos que intervienen en el aprendizaje del cálculo
Existen diferentes elementos que intervienen en el aprendizaje del cálculo, los cuales, no evolucionan en forma independiente, sino en forma simultánea. Los elementos que intervienen en el aprendizaje del cálculo son:
- Vocabulario matemático
- Concepto de número
- Operaciones básicas
- El problema
Vocabulario Matemático:
Como condición necesaria para iniciar un adecuado aprendizaje del cálculo, se requiere que el niño llegue a dominar palabras y expresiones específicas que se relacionan directamente con el área de las matemáticas. La adquisición del vocabulario matemático, es requisito primordial al comienzo del aprendizaje, dado que le permitiría posteriormente la comprensión de la noción de número. En forma paralela a la adquisición del lenguaje habitual, se da la incorporación de palabras expresivas específicas tales como: “más que”, “tanto como”, “la unidad”, etc.
Concepto de Número:
Según Piaget, tanto el pensamiento como el concepto de número, son el resultado de una construcción, en la cual intervienen por igual dos factores: uno interno, genético que comprende el natural desarrollo de las propias condiciones del pensamiento; y otro externo, derivado de las experiencias del sujeto en su interrelación con el medio; esa construcción se facilita con la manipulación de las actividades sensoriales.
La elaboración de la noción de número y de las operaciones del cálculo se llevan a cabo progresivamente desde los primeros años de vida.
Las nociones que se encuentran a la base del concepto de número son:
- Conservación de cantidad
- Correspondencia término a término
- Seriación
- Clasificación (inclusión de la parte en el todo)
Conservación de cantidad: Es la capacidad de percibir que una cantidad no varía, cualquiera que sean las modificaciones que se introduzcan en su configuración total; siempre que no se le agregue o quite algo.
Correspondencia término a término: Es aquella noción lógica, que consiste en aparear los elementos de los conjuntos, de modo que cada par contiene exactamente un elemento de cada conjunto y cada elemento de los conjuntos está en un solo par.
Seriación: Es la capacidad para establecer sistematización de los objetos de una serie, siguiendo cierto orden o secuencia, previamente establecida.
Clasificación: Es la posibilidad de reunir una cantidad de elementos u objetos según una o más características en común.
Operaciones Básicas
- Son acciones integradas y coordinadas con otro en un sistema de conjunto.
- Una acción bien definida que, cuando se aplica a cualquier combinación permitida de entidades conocidas, produce una nueva entidad.
La operación al principio será concreta, posteriormente se hará una traducción simbólica.
La adición es esencialmente una operación de unión. Es aquella operación matemática de composición que consiste en combinar o en su defecto añadir dos números o más para obtener una determinada cantidad final o total de algo.
La sustracción, se caracteriza por su complejidad. Se trata de una operación de descomposición que consiste en, dada cierta cantidad, eliminar una parte de ella, y el resultado se conoce como diferencia.
La multiplicación es una adición abreviada de números iguales.
La división es partir en partes o conjuntos iguales. Es "compartir equitativamente".
Mecanismos de las operaciones
El mecanismo de las operaciones implica espacio y orientación.
En las operaciones es importante la alineación de las cifras, pues deben ir en relación con los otros. Es importante también la disposición de las cifras, principalmente en la sustracción, pues no es conmutativa.
Los números se escriben de izquierda a derecha, pero las operaciones se realizan de derecha a izquierda. En la división se plantea una dificultad específica, pues en un principio debe operarse de izquierda a derecha del dividendo al divisor, para obtener el cuociente, después de derecha a izquierda para obtener el resto.
La reversibilidad de las operaciones
Esto significa que cada operación de unión supone de inmediato la oposición de separación y viceversa; por lo tanto es importante que se comprenda que la sustracción es inversa a la adición y que la división es inversa a la multiplicación.
El Problema
La resolución de problemas implica enfrentarse a una situación problemática que exige el uso de todas las capacidades, conocimientos que tiene el sujeto para resolver un problema. Esto consiste en realizar en forma real o imaginaria, una operación concreta y traducirlas mediante una operación aritmética; esta transformación exige que el niño haya comprendido el enunciado y que razone sobre los datos.
viernes, 23 de noviembre de 2012
jueves, 22 de noviembre de 2012
La integración escolar
La integración es un término relacionado con “unirse a”, utilizado regularmente en educación para referirse al proceso que permite maximizar la interacción entre los menores de la misma edad, sin importar las condiciones de algunos de ellos. Es la consecuencia del principio de normalización, es decir el derecho de las personas con discapacidad a participar en todos los ámbitos de la sociedad recibiendo el apoyo que necesitan en el marco de las estructuras comunes de educación, salud, empleo, ocio, cultura y servicios sociales, reconociéndoles los mismos derechos que el resto de la población (UNICEF, UNESCO).
Según Booth (1996) la Educación Integradora se concibe como un proceso consistente en responder a la diversidad de necesidades de todos los alumnos y satisfacerlas mediante una mayor participación en el aprendizaje, las culturas y las comunidades, así como en reducir la exclusión dentro de la educación y a partir de ella.
Para la UNESCO (1994) La Educación integradora significa que: “…las escuelas deben acoger a todos los niños, independientemente de sus condiciones físicas, intelectuales, sociales, emocionales, lingüísticas u otras…” procurando atender las necesidades educativas de todos los niños, jóvenes y adultos, centrándose especialmente en los vulnerables a la marginación y la exclusión. Este principio fue aprobado en la Conferencia Mundial de Salamanca sobre las Necesidades Educativas Especiales y se reafirmó en el Foro Mundial de Educación de Dakar en el año 2000. La educación integradora se ocupa de aportar respuestas pertinentes a toda la gama de necesidades educativas en contextos pedagógicos. Lejos de ser un tema marginal sobre cómo integrar a los alumnos a la corriente educativa, es un método en el que se reflexiona sobre como transformar los sistemas educativos a fin de que respondan a la diversidad de alumnos. Su propósito es conseguir que los docentes y los alumnos asuman positivamente la diversidad y la consideren un enriquecimiento en el contexto educativo. Entre las situaciones que pueden causar exclusión o ser causa de marginación dentro del sistema educativo se encuentra la discapacidad, donde en algunos países se les brinda una educación en desigualdad, no participan en la educación tradicional, prevaleciendo sistemas educativos paralelos suscitando las clases especiales para grupos particulares de alumnos con necesidades educativas especiales.
En los años 60 comenzó a formarse un importante movimiento a favor de la integración educativa de los alumnos con algún tipo de minusvalía en varios países, que tenía como objetivo reclamar condiciones educativas satisfactorias para todos los niños con Necesidades Educativas Especiales dentro de la escuela regular, y sensibilizar a maestros, padres y autoridades civiles y educativas para que adoptaran una actitud positiva en el proceso.
Se señalaron diversas razones para la integración, quizás la más general y básica es la que se asienta en criterios de justicia e igualdad , ya que esta es un fin en sí misma, que el objetivo principal es que todo los alumnos estén juntos en una misma escuela, es un proceso dinámico y cambiante, cuyo objetivo central es encontrar la mejor situación para que un alumno se desarrolle lo mejor posible, por lo que puede variar según las necesidades de cada uno de ellos, los lugares y la oferta educativa existente.
Además todos los educandos tienen derecho a que se les ofrezcan posibilidades educativas, en las condiciones más normalizadoras posibles, que favorezcan el contacto y la socialización con sus compañeros de edad, y si esta es realizada con los recursos necesarios les permitirá integrarse y participar mejor en la sociedad, ya que esto contribuye a su desarrollo. La integración no sólo beneficia a los alumnos con Necesidades Educativas Especiales, también a los otros compañeros, ya que aprenderán con una metodología más individualizada, disponen de más recursos y adquieren actitudes de respeto y solidaridad hacia sus compañeros. La integración es un movimiento que trata de incorporar a la escuela regular los alumnos de la educación especial.
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